El Principio Antrópico

¿No podría ocurrir que el orden que comprobamos a nuestro alrededor es precisamente lo que nos ha permitido existir, y que los demás órdenes o desórdenes posibles nos excluyen no sólo intelectual sino también físicamente como especie?

 (Fernando Savater, Las preguntas de la vida)

El universo está en desequilibrio termodinámico. Lo evidencia que las estrellas son puntos de luz calientes sobre un fondo negro muy frío. Por esa razón las estrellas son emisores netos de energía hacia el universo. La mayor parte de la energía transformada en las estrellas sigue un camino directo a su recipiente final, el espacio. Es como una catarata de energía que se precipita al vacío. Pero no toda la energía va de las estrellas al universo por un camino tan ausente de sucesos, tan simple. La Tierra, por ejemplo, intercepta una pequeña parte de la energía emitida por el Sol, que aún así es mucha energía, y la aparta del cauce principal. Circulará por el planeta y volverá de nuevo al cauce. La Tierra es un remanso en el fluir de la energía desde el Sol al universo. En el entorno del Sol, hay remansos parecidos, los de otros planetas o los de sus satélites. En los entornos de otras estrellas con sistemas planetarios pasará lo mismo.

El remanso Tierra es muy complejo. Tiene multitud de cauces para la energía que circula por él, multitud de pequeños desniveles, de pequeños desequilibrios termodinámicos por los que la energía va “cayendo” y produciendo transformaciones. Los vivos somos como molinos de río. Nos instalamos en esos desniveles y dejamos que energía y materia fluyan a través de nosotros para que nos muevan, para que nos mantengan vivos. El remanso Tierra  mantiene sus pequeños desequilibrios internos porque está alimentado por el flujo permanente de energía solar. Cuando el Sol se apague, todo desnivel termodinámico en la Tierra se acabará, todo escalón de energía se allanará, todos los procesos se pararán, se alcanzará la uniformidad, el equilibrio. Pero hasta entonces, el remanso Tierra mantendrá sus diferencias, su complejidad, bullirá de animación.

cascadas-multiplicity-2-fonodos-10Desde un punto de vista energético ese es el caldo de cultivo y el hábitat de los vivos, nuestra biosfera. Su existencia y su mantenimiento son posibles, en última instancia, porque el universo está en desequilibrio termodinámico. En este sentido se puede formular la siguiente afirmación: Si el universo no estuviera en desequilibrio termodinámico no existiríamos. O en una forma más poética: si las noches no fueran oscuras y estrelladas no existiríamos. Su significado preciso es que el desequilibrio termodinámico es una propiedad del universo que nos hace posibles, una condición de nuestra existencia.

Señalar esa relación es una muestra de conocimiento de nosotros mismos como seres vivos, de nuestro planeta, de su entorno astronómico próximo y del universo. Al establecerla se conectan campos de conocimiento alejados entre sí y, en ese sentido, suponen un avance, una profundización en la comprensión de nosotros mismos y del universo.

En general, se dice que un argumento es antrópico cuando establece una relación no evidente entre nuestra existencia y una propiedad del universo de la que se demuestra que es una condición necesaria (no suficiente) para nuestra existencia. En sentido estricto, los argumentos antrópicos no añaden conocimientos nuevos ni sobre nosotros mismos ni sobre el universo. Pero aportan relaciones entre campos del conocimiento que podrían aparecer como separados entre sí. Tanto el atractivo como el interés de un argumento antrópico depende de la lejanía de los conocimientos que se relacionan. Cuanto mayor es esa lejanía, cuanto menos evidente es la relación propuesta, más larga es la cadena de explicaciones científicas que los conecta y más valioso es el argumento.

Como nuestra propia existencia está implicada en las relaciones antrópicas, es fácil que sus formulaciones resulten afectadas por posiciones metafísicas o ideológicas personales, apartándose de su carácter científico. Evocando imágenes de películas de aventuras, los terrenos de los razonamientos antrópicos serían como una jungla pantanosa llena de trampas en las que el pensamiento puede caer con facilidad, ser atrapado en giros lógicos que, a pesar de ser grandes, pueden pasar desapercibidos.

Por ejemplo, es muy distinto decir “si el universo no estuviera en desequilibrio termodinámico no sería posible que existiéramos” que decir “el universo tiene que estar en desequilibrio termodinámico para que existamos”. La primera significa que el desequilibrio termodinámico es una propiedad del universo que nos hace posibles. La segunda transmite la idea de que el universo tiene esa propiedad con el fin de que existamos. En la primera nuestra existencia es una posibilidad. En la segunda es una finalidad.

Las desviaciones finalistas de los argumentos antrópicos han proliferado al calor de los propagandistas de la ideología del “diseño inteligente”, que sostienen que el universo ha sido diseñado con las propiedades necesarias para que su evolución conduzca hasta nuestra existencia.

Los interesados en llevar a su molino finalista el agua de las relaciones antrópicas empiezan sus argumentaciones enumerando propiedades de nuestro entorno y del universo que son necesarias para nuestra existencia: la presencia de agua líquida en el planeta, su capacidad de mantener atrapada una atmósfera gaseosa que produce un efecto “manta” que mantiene una temperatura adecuada para la vida, la posibilidad de configurar paisajes singulares por deriva de su litosfera, la estabilidad de su órbita alrededor del Sol, la tranquilidad relativa de la zona de la galaxia en la que se sitúa el sistema solar, los valores de algunas constantes físicas básicas que determinan la estructura y evolución del universo, o para terminar con los ejemplos volviendo al principio, su desequilibrio termodinámico. Luego transmiten la extrañeza, el asombro, la maravilla de que todas esas propiedades nos vengan  tan bien, que nos ajusten como un traje hecho a medida. Y, poniendo la etiqueta “antrópico” a su razonamiento, terminan afirmando que parece lógico pensar que, más que por una coincidencia afortunada, debe de ser porque esas propiedades hayan sido diseñadas teniendo nuestra existencia como fin.

Pero, precisamente, lo que dice el llamado Principio Antrópico es que no podemos extrañarnos de que el traje parezca a medida. Al contrario, dice que debemos estar preparados para encontrar que todas las propiedades del universo que observemos sean compatibles con nuestra existencia aquí y ahora. Su enunciado original “lo que podemos esperar observar tiene que estar limitado por las condiciones necesarias para nuestra presencia como observadores” era  una llamada de atención sobre que nuestra existencia,  en nuestro entorno del universo y en nuestro tiempo, puede implicar un sesgo en las observaciones de carácter cosmológico.

El Principio Antrópico bien entendido llama la atención sobre algo que después de dicho es evidente pero que a menudo pasa desapercibido: que “las propiedades del universo deben ser tales que nuestra existencia sea posible.” Si el principio dijera tan solo “tiene que ser posible que existamos” sería una perogrullada. Pero adquiere interés cuando señala que la posibilidad de nuestra existencia tiene que tener origen en las propiedades del universo. Y su atractivo nace de lo preciso de su afirmación, de la cuidadosa manera de desmarcarse de un enunciado tan llamativo como “las propiedades del universo tienen que ser tales que conduzcan a nuestra existencia”, o del más rotundo “las propiedades del universo tienen que ser tales que conduzcan necesariamente a nuestra existencia”, que vienen a decir “teníamos que existir”, un deseo  sin fundamento científico pero con mucho poder de convocatoria.

El Principio Antrópico no puede usarse para argumentar que las propiedades del universo nos hacen necesarios, justifican nuestra existencia, marcan un camino que lleva hasta nosotros o son el medio para que nosotros seamos el fin. Pero es evidente que somos posibles. La necesidad cierta es que nuestra existencia esté permitida por las propiedades del universo. Lo único necesario es que seamos posibles.

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La necesidad de ser posibles en este universo conlleva la necesidad de encajar en él, la necesidad de que nuestras propiedades y las del universo sean compatibles. El carácter evolutivo del universo es la clave de esa compatibilidad. El planeta Tierra fue uno de los resultados posibles de la evolución física del universo. Luego, desde la aparición de la vida, el planeta y los vivos fueron, y son, sistemas en evolución física y biológica. Su evolución fue, y es, interacción, acomodo, ajuste recíproco. La Tierra cambió a los vivos y los vivos cambiaron la Tierra. La evolución produjo vivos a la medida de su entorno y cambió el entorno a la medida de los vivos. Nadie se puede sorprender ahora de que este planeta y este universo sean, para nosotros, los mejores de todos los posibles. No podía ser de otra manera.

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